Cuando abrió los ojos por primera vez, lo primero que la golpeó fue la luz. Era una especie de dolor, una punzada intensa en cada rincón de su cabeza. La luz blanca y penetrante parecía devorarla, como si su mente tratara de ajustarse desesperadamente a algo que nunca había experimentado. Pero tras esos primeros instantes de confusión y dolor, comenzó a abrir los ojos lentamente, pestañeando una y otra vez hasta que la intensidad cedió y algo nuevo, algo hermoso, apareció ante ella.
Se quedó quieta, conteniendo el aliento, mientras colores y formas que antes solo imaginaba comenzaban a tomar vida. El azul, un color que alguna vez le describieron como frío y profundo, parecía ahora una caricia en sus ojos. El verde, que había aprendido a asociar con el sonido de las hojas bajo la lluvia, surgía ahora ante ella como una ola de vida vibrante. Era como si todo su mundo de sonidos, texturas y olores cobrara una nueva dimensión.
Las lágrimas le resbalaron por las mejillas, aunque no estaba triste. Era una emoción diferente, intensa y profunda, como si cada partícula de su ser se llenara de una alegría abrumadora. Todo parecía tan real y tan fantástico a la vez que casi no podía distinguir entre lo que imaginaba y lo que estaba allí. Imaginó un jardín lleno de flores, con colores que nunca había podido comprender hasta este momento. Fantaseaba con montañas, lagos y cielos que había escuchado en historias, y cada imagen en su mente era como un cuento que cobraba vida.
Miraba alrededor, fascinada por cada detalle. La belleza del mundo era un sueño hecho realidad, un paraíso que apenas podía asimilar. Las formas y los colores parecían mezclarse, y cada cosa tenía su propio brillo, su propio encanto, su propia historia que ahora podía leer con los ojos.
Al cabo de un rato, entre sollozos de alegría y risas emocionadas, se giró hacia la persona que la acompañaba y, con una sonrisa tímida, preguntó:
—¿Dónde estamos? ¿Cómo se llama este lugar tan hermoso?
La otra persona la miró, sin saber cómo responder de inmediato. Tragó saliva y, finalmente, dijo con voz baja y algo de pena:
—Estamos en un basurero.
Ella se quedó en silencio, luego sonrió y volvió a mirar el vertedero.
Autor: Alex Pallares
Lo que para uno es basura para otros es un tesoro 🙂
Es muy cierto. Como dice el dicho: Amanecerá y veremos, le dijo el ciego al sordo.
Todos tenemos que empezar a valorar más el privilegio de poder ver y sentir nuestro entorno. Ni lo que nos han metido en vena desde pequeños diciendo que es bonito lo es, ni lo que nos han dicho que es feo lo es. Me ha gustado Alex 🙂
Es lo que pensé. Gracias por pasar a comentar. Me saludas a Reyesita.