El soldado con uniforme azul se mantenía firme y sereno, los ojos tapados contra su voluntad, él hubiera preferido mirar a los ojos a sus asesinos, pero para ellos no era tan cómodo tener el alma al descubierto de su víctima mientras le ejecutaban.
Frente al soldado, en formación, el pelotón de ejecución.
Eso ponía justamente en la cajita de soldados de plomo que su padre había traído esa mañana como regalo a Pablito. Pelotón de ejecución. Y eso contenía, un soldado con uniforme azul, erguido y valiente, con los ojos vendados, ocho soldados uniformados de rojo con tocado y pantalón negro, brillantes polainas y los rifles apuntando prestos a disparar. También un mando, sable en alto a punto de dar la orden y un trozo de muro que representaba con gran realismo los impactos de bala de anteriores ejecuciones. Pablito coleccionaba los soldados desde que nació. Cada año, en una fecha concreta su padre le regalaba una caja con nuevos soldados. La fecha, siempre la misma, guardaba un secreto que algún día, le había dicho su padre, le sería revelado. No es que al niño le importara ese regalo, le gustaban las figuritas hechas y pintadas a mano, eran bonitas y le gustaba también la sorpresa de recibirlas, no saber que sería cada vez, una compañía de lanceros o fusileros, tal vez unos artilleros disparando un cañón. No, no le importaba el regalo, lo que le molestaba en cierta medida era la imposición, le molestaba que él no había elegido ese regalo y, sobre todo, que a su padre le importaba bien poco si a Pablito le gustaba o no. No compartía el regalo con el niño, le entregaba la caja y se retiraba a su despacho donde estaba siempre encerrado ocupado en cosas serias de mayores.
El padre de Pablito era teniente coronel auditor del tribunal militar. Pocas veces había visto el niño a su padre vestido de civil, siempre iba perfectamente uniformado, luciendo sus dos estrellas y sus condecoraciones, con el pelo recortado cómo si se lo hubieran pintado. De hecho, Pablito pensaba que el pelo de su padre era así, ni más largo ni más corto, exacta y perpetuamente así.
Pablito había colocado los soldados en la alfombra, cada uno en su sitio. Al niño se le encogía el corazón al ver al valiente soldado enfrentarse a la muerte, le hubiera gustado poderle quitar la venda, ofrecerle una última voluntad al menos. Miró al resto de soldados, eran todos diferentes. Sus caras reflejaban muchas cosas, la persona que los pintó posiblemente quería dar a cada uno una personalidad. Se les veía indiferentes, feroces, resignados y uno de ellos, el que estaba más cera de Pablito asustado. Las posturas también variaban dentro de que todos apuntaban sus fusiles al frente, el de este soldado apuntaba bajo. El niño se tumbó en el suelo tras el soldado y guiño un ojo buscando con la vista el lugar donde el soldado apuntaba. Vaya, hemos encontrado un soldado desobediente, la trayectoria de la bala nunca daría ni por asomo al soldado azul. El padre de Pablito le contó una vez que en los pelotones de ejecución siempre había algún soldado incapaz de cumplir la orden. Solían mezclar balas de fogueo con munición real para que los soldados no supieran quien o quienes habían matado al reo, pero esto era otra cosa, esto era traición. Pablito había sido metódica y constantemente aleccionado en el cumplimiento exacto de las ordenes; una orden no se rechista ni se discute, ni se cuestiona, se ejecuta. Este soldado no estaba haciendo debidamente su trabajo así que el niño le retiró y lo devolvió a la caja. Mas adelante habría un juicio y con toda seguridad pasaría de ejecutor a ser ejecutado por el mismo pelotón del que formó parte. Ahora sí, ahora estaba todo en orden, Pablito tomó el soldado que estaba al mando con su pequeña mano y con gesto decidido dio la orden.
Autor: Ignacio Chavarría
Qué te digo, querido amigo. Sobrecogedor. Pedagogía negra en estado puro. Uno puede comprender muchas cosas si ve la soledad de ese niño en su cuarto, cómo el trata de estructurar su «realidad» con los mimbres que le dan, y la lógica de su resolución final. En lo que respecta a violencia, todos comenzamos siendo víctimas.
Un relato muy muy bueno.
Que bien que te haya gustado Reyes, la verdad es que me costó muy poco narrarlo, me llegó en plan Netflix, creo que Pablito estaba deseando soltarlo todo y me pilló a mi al teclado 🙂
Que relato más duro Nacho, pero qué chulísimo está. La idea de narrar en este caso algo tan heavy desde la inocencia de un niño que está jugando con muñecos me impacta mucho, y me sobrecoge pensar en cómo será la vida de ese niño, qué siente y qué piensa, si tendrá inquietudes fuera de lo establecido por el que es la autoridad en ese momento de su vida, si se sentirá en cierta manera identificado con ese soldado desobediente…Muy chulo Nacho, de verdad. ¿Me darías permiso para utilizar tu relato como inspiración para una ilustración?
Sería un honor Morgan, así empezamos a hacer 360º entre literatura e ilustración … gracias por el comentario, ciertamente no me gustaría ser el pequeño Pablito, … ni su pobre padre. Dejé una cosa en el aire a propósito, el motivo por el que le regala los soldados, a la imaginación del lector; o tal vez lo quiera retomar alguien en otro relato;
uy, uy.
Yo creo que no voy a resistir continuar el de las postales…
Esta noche trabajo… Me llevaré uno de mis cuadernos.
Me gustó mucho el relato del niño, siempre me ha gustado la guerra desde que era niño, pero aquella cinemática y las películas de acción, no esta dura vida que algunos heredan a sus hijos. Sigue escribiendo así, Nacho.