In nomine Diabulus et Belial, Satan, Lucifer, Astaroth et Yahve.
Imagina que estamos frente a un viejo caserón, en esa hora incierta entre el crepúsculo y la noche cerrada, donde el frío ya se adueña del aire. Solo tú y yo, con el viento moviendo las hojas y el pesado silencio de un lugar que guarda secretos. Frente a una hoguera, con el calor tenue del fuego y un vaso de café en las manos, miro hacia la nada y luego a ti, en silencio, invitándote a sentarte. No necesitamos palabras; sabemos que esta noche, vamos a hablar de esas cosas que solemos callar.
—¿Alguna vez has sentido que el mundo está diseñado para tragarnos? —pregunto. Veo en tus ojos un destello, un brillo de comprensión. —A veces parece que somos personajes atrapados en una obra que no elegimos, una historia que alguien empezó a escribir mucho antes de que naciéramos. Seguimos hilos invisibles, convencidos de que somos libres, sin saber que quizás solo caminamos sobre un guion ajeno.
El silencio se espesa a nuestro alrededor. Escucho el crepitar de la leña cuando añado en voz baja:
—Es como si viviéramos en una catedral oscura, donde cada piedra lleva el nombre de alguien que ya no está, alguien que también intentó ser digno, obedecer, encajar. Nos enseñan a temer, a obedecer, nos dicen que es por nuestro bien… Pero, ¿qué paz es esa que depende de esconder quiénes somos?
Tus ojos reflejan el fuego, y en tu rostro veo la respuesta silenciosa. Sabes bien de qué hablo. Nos hemos pasado la vida tratando de encajar, cediendo partes de nosotros mismos para adaptarnos a esa catedral de normas, ese santuario de preceptos que define quién es digno y quién no. Pero hay algo en todo eso que nos perturba, ¿verdad? Algo en la estructura que resuena como cadenas arrastradas en silencio. ¿Y si en ese orden también se esconde algo tiránico, algo de lo que nos advirtieron como «demoníaco»? ¿Y si el verdadero demonio es esa voz que nos obliga a callar, a no mirar de frente al caos?
—Tal vez el diablo del que hablan —murmuras, tus palabras apenas audibles— no es más que nuestra propia sombra, esa parte de nosotros que quiere romper con lo impuesto, que necesita desafiar lo establecido. No es maldad… es simplemente humanidad.
Te miro a los ojos, y en ellos veo mi propia duda, esa misma pregunta que me he hecho tantas veces. ¿Y si no somos los monstruos que nos enseñaron a temer? ¿Y si, al final, hay algo sagrado en la rebeldía, en alzar la voz y reclamar lo que siempre hemos sentido como nuestro?
El viento sopla más fuerte, levantando chispas que danzan en la oscuridad. Pero no sentimos frío. En este momento, sabemos que algo ha cambiado. Porque tal vez, solo tal vez, hemos entendido que esta «catedral del miedo» no nos pertenece, que la verdadera libertad no está en renunciar al pecado, sino en romper las cadenas que otros han erigido a nuestro alrededor.
Y así, bajo la inmensidad de la noche, comprendemos que estamos dando un primer paso hacia algo nuevo, algo que no se puede encerrar ni contener. Algo que se siente increíblemente… libre.
Autor: Alex Pallares