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En la sala hace demasiado calor, es el final del verano y uno no sabe que ponerse, quizás voy demasiado abrigado, esta mañana hacía frio y ahora demasiado calor. Noto que soy objetivo de furtivas miradas con cierto deje de compasión por las otras personas que hay en la sala; posiblemente conocedores de algo que se me escapa, aunque lo intuyo. La reunión se está retrasando, todavía faltan un par de personas, entre ellas la araña. Mientras esperamos la conversación se diluye en comentarios sociales evitando el tema que nos ha convocado. Nadie soporta el silencio. Últimamente todo ha ido mal y aquí hay demasiados culpables y demasiadas culpas, pero todos sabemos que solo uno perderá la cabeza. Alguien tiene que perderla. Hace falta el sacrificio de uno para que la tribu siga su camino dejandole tributo en su tela a la araña.

Recuerdo ese cumpleaños que me prepararon una vez. No me gustan mucho las reuniones sociales ni mucho menos las sorpresas así que cuando se acerca alguna fecha o evento en el que puedo ser protagonista suelo estar alerta. En esa fiesta todos sabían, menos yo, mis alertas fallaron y cuando llegué a casa y encendí la luz allí estaban todos cantando el cumpleaños feliz. Mientras los otros comentan un romance secreto a voces entre la directora de contabilidad y el de mantenimiento en plan El amante de Lady Chatterley yo le doy vueltas a la frase “ser cabeza de turco”, leí una vez que entre los siglos XIV y XVII durante los conflictos entre los países europeos y los turcos todos los males eran achacados a estos aunque no hubieran tenido participación alguna. Una forma de encontrar un culpable cómo quién culpa a dios de la granizada que ha maltratado su cosecha. 

Por lo que dicen fue la directora la que inició la relación saltándose todas las normas de la empresa.

También está lo de “ser el chivo expiatorio”, pobre bestia que el sumo sacerdote sacrificaba por los pecados de los israelitas. Posiblemente los turcos se hubieran ganado a pulso su fama, dios tenga que lidiar, como creador, con los problemas del campo y el chivo, el pobre, no pueda ni protestar.

Se abre la puerta y entra la araña, empiezo a sudar, esta vez todo son alarmas, esta vez sé que la mosca soy yo.

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

3 comentarios en “Cabeza de turco”

  1. Siempre sucede y es más frecuente en los regímenes autoritarios. Siempre se busca crear un enemigo a quien culpar de todos los males. Es más fácil que aceptar nuestros propios errores.

  2. Estoy todavía medio en shock, no sé si este pobre desgraciado mosca estaba en una reunión de empresa o algo así… joder y si es eso te felicito porque está narrado muy turbio… una atmosfera que a mí sí que me ha saltado alarmas de salir corriendo si estuviera ahí !!!! pero claro, imposible. Terror cotidiano? Terror de estar ahí obligado, y que algo me dice que lo peor que puede ocurrir no es el despido? jajaja dios, veo cómo sigue esta historia llevándose el pobre narrador las culpas de todo entre sonrisas e incluso desastres causados por los demás (debería volver a fumar porros, verdad?)

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