Onda: Noto el mundo bajo los cascos de los caballos en una batalla sin fin. Levanto y caigo y cada movimiento desplaza energía capaz de la mayor destrucción.
Partícula: No recuerdo, o solo vagamente, el principio; el momento justo en que esto empezó, ¿Cuándo fue? ¿Donde? La impresión de estar siempre aquí es perenne. La estanqueidad y le falta de evolución me empiezan a perturbar infiriendo trazas de incomodidad en mi existencia. ¿Cuánto tiempo llevo siendo como soy?
Onda: Siento el poder, el control, puedo extenderme en un eterno vaivén, ondulo desde mi núcleo y me lanzo cabalgando al infinito. Puedo perderme en el horizonte en una rutina de pulsos perfectos, livianos.
Partícula: El tiempo es un estado mental, pasa en consonancia con las esperanzas, expectativas y ansiedad que tenga en ese momento. Lo noto y siento que esa elasticidad me crea ansiedad. Sentir la masa de mi ser y tener consciencia de mi estado no me parece en absoluto una ventaja.
Onda: Cómo un metrónomo todo se coordina en subidas y bajadas de mi ser, sin cambios sin estridencias. Empiezo a ver la lejanía de mi extensión y me abruma, siento necesidad de recogimiento, de paz, de intimidad.
Partícula: La necesidad de expansión es cada vez más fuerte, estar constreñida, abocada a una existencia en la estanquidad y la posición me consumen, deseo gritar, estirarme y si fuera necesario explotar e invadir.
Onda: La falta de masa me afecta; me impide reconocer los límites de mi extensión y el continuo movimiento me desespera. Comienzo a recogerme en un intento de reconocerme.
Partícula: Noto el fin, he acumulado todos los momentos de inacción y he comenzado a vibrar. Sé que mi principio puede ser el final de tantos, pero, cómo el mar en tempestad, no es ya posible contenerme. Ondulo y me expando y todo lo que era externo sucumbe a mi avance, a las continuas oleadas que se desplazan sin control ni piedad. Me convierto en destrucción, lo sé y me encanta.
Onda: Al final conseguí dejar de vibrar, mi núcleo paró de emitir la secuencia y el movimiento cesó. Noto el peso, la atracción y la resistencia de un cuerpo que es, ahora, vulnerable a la gravedad. Quietud en mi crisálida. Al final paz.
Autor: Ignacio Chavarría
Me ha encantado, Nacho!!!
Me parece una genialidad!
Acaso esto es el nacimiento de un ser humano? En nuestra existencia «aquí», es el cuerpo lo que contiene a la onda. Pero tal vez hubo un antes. «Antes» de ser contenida entre esos límites corpóreos, la onda de pura consciencia vibraba por sí misma, y nosotros lo hemos olvidado hasta el punto de no reconocer nuestra propia naturaleza dual…
En mi imaginación, «Dios» es la onda creadora que se fractalizó (no dividió) para experimentarse a sí misma dentro de un cuerpo, para seguir creando y materializando-se desde dentro de un cuerpo en un proceso finito de existencia. Es bonito pensar que, según esto, cada ser humano es una expresión perfecta y única de «Dios»…
Siempre es un placer leerte. Gracias por escribir.
Pues la verdad, es más que nada un ciclo, un cambio continuo. Si puede ser la vida de una persona, o la reencarnación, o el universo, o un recuerdo recurrente que nos acompaña cambiando según nuestras nuevas vivencias a lo largo de nuestra vida. O sólo física 😉