Space invaders: segundo asalto

Di que te gusta
Tiempo de lectura:7 Minutos, 15 Segundos

—Mi nombre real es impronunciable; si gustan, pueden llamarme Mercedes —dijo el primer pescado, luego de presentarme al de color rosa como “Franklin, el mayordomo”.

Mentiría si dijera que no me sentía aturdido, pero al mismo tiempo relajarse era misión imposible a causa de la peste que emanaba el sujeto sentado a mi lado. Por no mencionar que aquellos auriculares de nata montada espacial se sentían de nuevo molestos, incluso moviéndose y ramificándose en un intento de adoptar la forma perfecta que se ajustara a mis pabellones auditivos. Al parecer no toleraban el mínimo desacople.

Mientras Ruffino dormitaba sobre el asiento, mi anfitrión estiró los largos apéndices como barbas a ambos lados de sus labios,y comenzó a juguetear con ellos sobre su abultado vientre en el humano gesto de hacer puñetas.

—Verán —suspiró tras haber cavilado unos segundos—. Seré completamente sincero ahora. Comprenderán que nosotros somos una especie dominante, y por supuesto nuestra intención es gobernar el planeta de ustedes. No es algo personal —añadió, levantando los ojos de pescado hacia mí con un velado destello de culpa—. Más de la mitad del universo conocido se encuentra bajo nuestro mandato, ¿lo entienden?

Asentí, mirando de reojo los múltiples posters de planetas que decoraban las paredes (¿o acaso se trataba de monitores retransmitiendo en tiempo real?). Paco, maldita sea, ¿qué cojones llevaba la maría que nos fumamos ayer por la noche?

—Pero, saben… no nos gusta la imposición ni la obediencia porque sí —prosiguió el pescado—. Traumatizar a la gente está mal,y qué necesidad tendríamos de hacerlo. —En aquel momento, sacó un puro encendido de alguna parte y se lo enchufó en el ojo izquierdo para pegarle una larga calada—. De la misma manera que yo mismo, ahora, he adoptado el aspecto de una forma de vida compleja de su planeta para no causarles un shock, querríamos, de corazón, tener el mismo cuidado cuando procedamos a invadirles.

Alguien debería decirle a aquel tipo (y a Franklin) que en La Tierra no es muy normal que un pez de dos metros llame a tu puerta, pensé. Y desde luego yo no iba a ser ese alguien, como tampoco estaba en disposición de quejarme ante las claras intenciones ajenas. Cuando bebo no me resisto ni a Facunda la Borracha en los bares del pueblo, y por lo general soy buen escuchador; no era mucho peor un extraterrestre con olor a pescado podrido en aquel escenario rocambolesco. Ruffus parecía alineado con mis pensamientos porque seguía durmiendo a pierna suelta junto al alien, quien continuaba exponiendo sus ideas con claridad y concisión.

—Tras mucho pensar sobre qué tipo de gobierno se adaptaría mejor a ustedes, nos hemos decidido por la dictadura —dijo en indiscutible tono amigable—. No obstante, como le decía a usted y a su esposa, no somos una civilización hostil; procurar su bienestar es lo primero. Durante milenios hemos estado estudiando la vida en la tierra: sus arquetipos, sus estereotipos, sus figuras de autoridad, estrellas del rock favoritas y otras divinidades. Pero necesitamos contrastar nuestras pesquisas con algunos habitantes reales del planeta, y esta es la razón, amigos míos, de la pacífica abducción que nos ocupa. Nada de tubos fosforescentes, hombrecillos grises, camillas ni sondas; ya ve, aquí estamos, charlando tranquilamente en un clima de confianza con total comodidad.

Despegué los labios sólo porque no estaba seguro de haber entendido a qué se refería. Qué rayos quería Mercedes de mí y de, ehm… mi amigo o esposa.

—¿Contrastar sus pesquisas?

El pescado se metió lo que quedaba del puro en la boca de buzón, masticó, tragó y respondió:

—Ajá. —Soltó una pequeña voluta de humo por entre las fauces—. Ya sabe, nada sale bien a la primera. Al principio aislamos el ADN de Adolf Hitler para mezclarlo con la reconstrucción de un héroe legendario, como por ejemplo Conan el Bárbaro, Ivanhoe o Boy George. Pero eso provocó una inesperada respuesta negativa en el sujeto que secuestramos amistosamente para comprobar los efectos del resultado. Una lástima porque habíamos construido una criatura perfecta —suspiró, bajando la mirada con gesto derrotado—. Pero bueno, qué le vamos a hacer.

—Comprendo.

Era consciente de que nada de aquello tenía la menor gracia y sin embargo, a saber por qué, de repente tuve miedo de que me diera un ataque de risa de esos que pueden desencajarte la cara e invalidarte de por vida. Tragué saliva y contuve el aire en los pulmones, mientras sentía palpitar mis globos oculares como si fuesen a salir disparados de las cuencas por la presión. Por fortuna, el pescado repugnante no pareció darse cuenta.

—Claro. ¿Qué les parecería a usted y a su esposa, por un poner, si escogiésemos algo más suave y a la vez más místico? Mezclar, por ejemplo, a Rasputín con… no sé, Peppa Pig o Doraemon? ¿O con Marta Sánchez? —Tras aquella sugerencia pareció sonreír con ilusión—. Resultaría algo más sutil, ¿no es cierto? Seguro les sería más agradable en todos los sentidos como representante de gobierno, pero no por ello dejaría de infundir respeto, ¿verdad? No sería más que un títere controlado por nosotros al fin y al cabo. Oh, veo que la propuesta le gusta.

Sin poder evitarlo, yo había explotado en carcajadas sin remedio. Ruffo se dio un susto de órdago y brincó según estaba en el sofá, aunque luego supongo que se le pasó por ver al gañán de siempre y siguió durmiendo.

Poco más recuerdo de este viaje psicodélico, si soy totalmente sincero. Sé que el acceso de risa me hizo resbalar poco a poco del sofá, dejándome casi muerto en el suelo cual cucaracha panza arriba. Menudo show. En aquel momento pensé que, fuera de toda duda, esa bebida de Franklin llevaba algo más que simplemente agua de camuflaje: anfetaminas, farlopa, quién podía saber; o cualquier mierda recreativa que fuera habitual meterse en un mundo de pescados gigantes que hablan.

Sí recuerdo que, para mi desgracia, le hablé a Mercedes del único candidato viable que me parecía que podría encajar en todo aquel contexto absurdo: Juanma, el propietario del bar del pueblo. No es vasco pero lo parece. A la primera de cambio sale a la calle con un bate de béisbol a solucionar problemas; es la persona más respetable que conozco. A mi sobrino le regaló un coche que ríete tú de la nave-pescadera esta de mierda, y por fin consiguió que el muy cabrón trabajara en algo.

Mercedes me escuchó con atención plena mientras yo describía a Juanma entre estertores con todo lujo de detalles. Observe que agitaba sus palpos labiales de barbo con regocijo, como celebrando algo. Lo último que oí antes de caer redondo fue el ladrido de alegría de Rufferty haciendo eco en las paredes del lugar, y dentro de mi maltratada cabeza.

Desperté en mi cama con el corazón a mil por hora, empapado en sudor y vómito. No daba crédito a la pesadilla que acababa de tener, la cual se resistía a deshilacharse para convertirse en nebulosa de olvido. Respiré aliviado sólo por mirar alrededor y ver el familiar desastre en el dormitorio, aunque estaba tan aturdido que me llevó tiempo ponerme en pie.

Escuché el grito de mi vecina Rosmerta desgarrando el aire al otro lado del patio. Seguro Ruff había vuelto a colarse en su propiedad para perseguir a Alcalde, su gato. Demonio de perro.

Rezongando, me dirigí hacia la cocina para preparar café mientras trataba de conectar mi móvil, cosa que fue del todo imposible gracias a la cobertura de mierda en este pueblo. Pero cuando me cagué vivo fue al encender la pequeña televisión junto al horno microondas: todos los canales estaban interferidos… salvo uno, en el que sólo se veía a Juanma el del bar a punto de dar un discurso. Su calvicie incipiente había sido tapada por una peluca rubia, y lucía un traje de animadora (pompones incluidos) con la pechera llena de falsas condecoraciones militares.

Cerré con fuerza los ojos ante aquella espantosa visión. Cuando volví a abrirlos, Juanmanimadora seguía estando allí. Comprendí que estaba frente al dictador 2.0 más peligroso de la historia.

—Extinguidos… digo, distinguidos habitantes de la Tierra —pronunció Juanma sin despegar los labios, con los ojos en blanco. Imaginé a Mercedes, Franklin, Rosamunda y toda la parentela manejando un control remoto y hablando por un micro—. Hoy será un gran día para la raza humana.

Me lancé hacia el walkie-talkie sobre la encimera con tal furia que casi me dejo los dientes en la formica.

—¡¡¡Paco!!! ¿Paco, me copias? ¡Tenemos que vernos, es muy urgente! ¡Paco, despierta, coño! ¡¡Cambio!!

Al otro lado de la ventana, Ruffio Pan mataba gatos alegremente. El apocalipsis definitivo había empezado.

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Reyes

Un comentario sobre “Space invaders: segundo asalto”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *