Ni Eva ni Isthar

Di que te gusta
Tiempo de lectura:2 Minutos, 26 Segundos

En cada palpitación soy sólo un recuerdo. Ya no encuentro en el espejo al personaje femenino que fui. La metamorfosis ha sido tan rápida, tan repentina que ni he podido desprenderme de quien yo era hasta ahora.

Mi cuerpo se siente frustrado y triste por haber sido siempre una casa vacía, por haber estado esperando para nada durante todos estos años. Me siento en deuda con él por tantas y tantas lunas, por tanto amor entretejido en el interior del vientre, por tanto anhelo animal desperdiciado. Mi cuerpo se ha marchado gritando que nada de esto ha sido justo: él ha funcionado a la perfección siempre para traer al mundo a quien ya no nacerá. Y yo no he podido ni siquiera decir adiós a ninguno de los dos.

De pequeña daba por hecho que “tendría” hijos; ¿qué engaño cruel ha sido este? Ni la mujer es necesariamente fertilidad, ni los hijos se tienen. Y ahora, mi útero de vieja gárgola se siente como la horma retorcida de un zapato.

Me siento inservible. Cuando oigo hablar a jovencitas de que sólo siendo madre aprendes lo imprescindible en la vida, siento odio. ¿En la vida? ¿En qué vida, imbécil? Será en la tuya. Me invade el deseo de agarrarlas de los pelos cual gata furiosa por esa falta de tacto y de respeto en feliz ignorancia. Sin embargo, también siento pena (un abismo de pena) al pensar que nunca sabré si eso que dicen es verdad.

No sabría qué responder por mi parte. Sólo sé que ya no sirvo, que ya no puedo. Y ese sentimiento, esa certeza de haberme convertido de pronto en la zapatilla usada de una portera, es ahora más grande que cualquier cosa relevante que en la vida haya podido aprender.

Me siento fallida.

Juro que como venga el iluminado de turno a darme la charla sobre que tengo que tomarme con alegría esta etapa de la vida, lo reviento. Pueden decir misa. No es lo mismo enfrentarte a tu nueva incapacidad natural sabiendo que al menos ya hiciste lo que debías hacer, lo que le debías a otro ser humano que quizá deseaba venir a este mundo pero ¡ay! En tu caso le dejaste flotando en el limbo para siempre.

El jarrón es arena y polvo reseco. Así quedará dentro de mí, de ahora en adelante. Un reloj de arena detenido y doloroso.

Las flores se han ido. Las flores están solas en alguna parte, sin mí —y yo sin ellas—, languideciendo estériles en la oscuridad.

Ya no me encuentro en el espejo. Me retraigo a mi corazón, a la paz, que es donde intento aún reconocerme. Me retraigo a mi corazón, y desde allí te pido perdón por haberte fallado. Y te digo, sin que sirva de excusa, que no comprendo realmente por qué mi vida ha fluido así hasta este momento, por qué vine y por qué sigo estando aquí.

Autor: Reyes

Sobre el autor

Reyes

2 comentarios en “Ni Eva ni Isthar”

  1. Nacho, gracias por leerlo y comentarlo!!
    jajaaa pues… recuerdo cuando tenía 20 años, algo que solía decirme mi psicoanalista (la sabiduría encarnada en mujer), que era: “Reyes, hay que aprender a distinguir lo que es un ‘problema” de lo que es un “hecho difícil que necesitamos aceptar””…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *