Di que te gusta
Tiempo de lectura:8 Minutos, 32 Segundos

Mi primer impulso fue correr a armarme. Es un impulso bastante humano y sensato y así lo hice. Mi perro miraba hacia atrás mientras acelerábamos el paso de vuelta a casa, de vez en cuando ladraba al engendro y eso nos retrasaba. Llegamos los dos cansados, alterados y asustados y, despues de cerrar y atrancar la puerta con una silla, empecé a rebuscar por todos lados. Si viviera en el puto EEUU tendría una caja de madera bajo una trampilla llena de armas militares automáticas y munición, tal vez ropa militar bien doblada y alguna medalla al valor en su cajita. Pero estamos en Toledo, España y aquí lo más que tengo, aparte de los utensilios de cocina y la desbrozadora para el jardín, es un hacha que compré en un chino, tan roma y mal afilada que parece más un martillo que un hacha. En fin, es mejor que nada. Con mi hacha y un par de cuchillos de cocina me atrincheré en la puerta esperando lo peor. Ruff, mi perro, se había hecho fuerte en su cama adoptando la posición de rosquilla que tanto le gusta y en la que puede pasar horas, creo que para él el peligro pasó en cuanto cruzamos el umbral de casa.

Mi casa está apartada del pueblo, a decir verdad, está apartada de todo. Mi vecino más cercano está a unos cinco kilómetros y vive habitualmente en Barcelona, casi nunca hay nadie en esa casa. La siguiente casa pertenece a un par de ancianos y su labrador, viven ya demasiado lejos para enterarse de nada. Aparte que están sordos y él tiene esa enfermedad que solo habla de la guerra civil. No puedo contar con ayuda, debemos defendernos, estamos solos Ruff y yo.

He corrido visillos y cortinas cómo si eso pudiera protegerme de algo, soy consciente de que las ventanas de cristal no van a parar ningún ataque y que poner un trapo detrás tampoco hace diferencia alguna, pero me siento así más seguro, como cuando estás en la cama, algo te asusta y te tapas con la sábana esperando que eso te proteja de todo mal.

Ruff levanta las orejas y gruñe, hay algo fuera. Me acerco con cuidado a la ventana para ver el exterior.

DINGGG DONGGGG.

Suena el timbre y me arranca el corazón del pecho. Ruff se lanza, como siempre, contra la puerta ladrando y amenazando a quien quiera que haya llamado con las fauces abiertas y los colmillos expuestos. Cuando quiere Ruff puede parecer muy peligroso, lástima que eso desaparece en cuanto abro la puerta y el extraño le hace dos carantoñas, entonces se convierte en su amigo del alma.
Con el hacha en la mano me acerco a la puerta.

– ¿Quién es?

No tengo muchas esperanzas de que sea el ejército o la policía que vienen en mi ayuda. La verdad no tengo esperanzas que sea nadie que conozca. Como respuesta recibo un zumbido que atraviesa mis tímpanos y taladra mi cabeza. Mientras caigo al suelo pienso que puede ser un ataque sónico, leí una vez sobre esto en la revista «Prepara lo inesperado», cosas de los chinos y los rusos que usan ultrasonidos capaces de desprenderte la piel y volverte loco. Puede que el engendro ese sea un ataque de los coreanos, seguro que sí.

DINGGG DONGGGG.

Joder, que insistentes, son peor que los Testigos de Jehová y los vendedores de enciclopedias a domicilio. La verdad, hace muchos años que no viene nadie a vender una enciclopedia a casa, ¿seguirán vendiéndose enciclopedias? Yo creo que no, que Internet acabó con eso como la fibra se merendó los videoclubs.

DINGGG DONGGGG.

– ¡JODER QUE SÍ, QUE YA VOY!

Abro la puerta irritado, hacha en mano, para enfrentarme al maleducado que aporrea el timbre de mi casa. Fuera hay una especie de pescado de casi dos metros que me hace una reverencia Luis XV con mucha floritura de lo que parece ser un brazo o una lengua larga y pringosa con la que me entrega un objeto.

Mueve los labios y el zumbido vuelve a taládrame el cerebro haciéndome caer de rodillas de nuevo. Cuando me repongo miro el trasto que me ha entregado. Parece un par de auriculares de esos antiguos gordotes de las tiendas de vinilos. Lo que deberían ser las almohadillas más bien tienen pinta de medusas o anémonas blandurrias. El pescado me hace gestos para que me los ponga y así lo hago. La sensación es una mierda, cómo enchufarse nata montada en el oído. El cacharro se adapta rápidamente a mi oreja y pronto dejo de tener esa sensación húmeda y fría tan desagradable. Ruff ha salido y está olisqueando al pescado.

-RUFF, imbécil, no chupes esa cosa que a saber de dónde coño viene.

Ruff no es muy listo el pobre, pero es cariñoso y sabe hacer trucos como dar la pata y hacer la croqueta. Es muy gracioso y hace compañía.

El pescado vuelve a mover los labios, o lo que yo creo que son labios, y me tapo los oídos instintivamente esperando el terrible zumbido taladrador de cerebros, pero esta vez lo que escucho es una voz femenina y sensual, un poco ronca, que me recuerda las películas porno que veía de joven. Ya no por supuesto, que uno ha madurado.

-Estimado ser de este planeta y su amigo o esposa. Son ustedes invitados a nuestro humilde sitio de diversión. ¿Quieren seguirme?

¿Amigo o esposa Ruff? Este lenguado está más perdido que el abuelo de la guerra civil. El Alíen señala hacia el engendro que nos ha perseguido por el bosque y nos hace señas de que le sigamos. No las tengo todas conmigo, ya de pequeño me improntó mi madre eso de que no hay que seguir a los extraños y lo he llevado a rajatabla. Creo que ese consejo me ha traído hasta los cuarenta años a salvo de la mala gente que secuestra niños. Dudo, pero Ruff -ya he dicho que no es muy listo y que hace amigos demasiado rápido-, ya sigue al pescado al interior del engendro o sitio de diversión como lo ha llamado antes. No me queda más remedio que ir tras ellos.

El pescado da un poco de asco, la piel parece un tanto blanda y húmeda, de ese azul clarito de ropa de bebé varón de casa pija. Da la sensación de resbalar y ser fría al tacto. Una vez toqué una serpiente. Pensé lo mismo antes de tocarla, pero me sorprendió la calidez de la piel del bicho, lo mismo pasa eso con el pescado. También leí en «Prepara lo inesperado» que los marcianos pueden tener diferencias extremas en sus cuerpos en relación a los nuestros o a lo que estamos acostumbrados en la tierra; puede que lo que creemos que es una mano o una pierna sea un órgano sexual reproductivo o un culo, a saber; así que no pienso tocar nada no sea que toque lo que no debo. ¡Qué buena inversión fue la suscripción anual a «Prepara lo inesperado»!

El engendro reposa flotando a escasos centímetros del suelo. Pura magia marciana. No hace ningún ruido, pero cede un poco al subirme. Se trata de una caja del tamaño de un contenedor de esos de los barcos para traer cosas de china. La superficie es lisa y sin esquinas, brilla, no, lo que pasa es que está tan pulido que refleja el entorno. Parece una gran caja de mercurio. El interior me sorprende. Se trata de una sala retro-futurista que me recuerda a una vez que paré en un bar de carretera en un viaje a Valencia, «Los Ángeles de Charly» se llamaba el sitio. Poco iluminado y con sillones de esos que te cuesta levantarte de lo bajos y hundidos que son, pero que van de coña para una siesta mientras se ve el tour a Francia o un documental del Serengueti. Ruff Se ha hecho rosquilla en uno de los sofás, en casa no le dejo porque lo llena de pelos, pero al pescao parece no importarle mucho, ya veremos cuando tenga que limpiarlo si le importa o no. Me acoplo en otro, la textura es rara, cómo plástico barato, skay o poli piel de la que te hace sudar la espalda. Otro pescado en tonos rosáceos, – ¿o es la luz de este sitio? -, aparece con unas bebidas. Hay que reconocer que son hospitalarios, feos pero hospitalarios, una cosa no quita la otra no señor. Escucho, o siento una música de ascensor, tan tenue que más que oírla creo imaginarla. El brebaje sabe a nada, esencialmente eso, a nada. No creo que lo vendan en la tierra si vienen a comercializar esta mierda. Pienso en una buena cerveza, la carrera de antes y el sofoco de los zumbidos cerebrales me han dado sed y ahora lo que más deseo en el mundo en este ambiente chill out en el sitio de diversión es una buena cerveza fría cubierta de densa espuma blanca y amarga. Pero lo que tengo es esta agua insulsa. Al menos está fresca así que le doy otro trago y me sorprendo al saborear esta vez una buena Pilsen alemana. Parece que no son tan tontos y que el mejunje este se adapta a los deseos del consumidor. Tal vez, con una buena campaña publicitaria consigan venderlo. Aparte del sabor, la bebida ha transformado su color y adquirido el grado alcohólico necesario. Empiezo a sentirme soñoliento, me vendría bien que sacaran unos panchitos o patatas fritas porque si me meto este tanque de cerveza que me han puesto a palo seco voy a dar el espectáculo en casa de esta gente tan amable. La sensación de sueño se acrecienta. Ruff me mira con cara rara. Noto que esto se mueve, no sé si por la cerveza o, lo que creo de verdad, porque estamos despegando. Bueno, tampoco teníamos plan para hoy, un paseo interplanetario no está mal. Uno de los pescados se sienta a mi lado.

-Estimado ser de este planeta; ha sido invitado con su amigo o esposa a conocernos. Hablemos.

Pues parece que esto se puede alargar, como cuando salgo con mi amigo Paco y dice -tomamos la penúltima y para casa -.

Autor: Ignacio Chavarría

Sobre el autor

Ignacio Chavarria

2 comentarios en “Space Invaders”

  1. Me encanta cuando sacas el estilo gamberro!! Es un relato de esos que lo estás leyendo y dices: pero qué fumada, aquí todo es posible! xd
    El personaje del perrito es un 10, y el narrador desgraciao para qué decir.

    Lo leí hace unos días y me pareció tan bueno que le di curso a una posible continuación, a la cual quiso unirse otro gran personaje tuyo (jajaajaaaja). Nuestras tramas molan demasiado!!!!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *