La persiana se mueve con el aire caldo del mediodía. Agosto. La habitación hierve, fuera la vida se para. Sudo, noto las sábanas húmedas de la noche anterior arrugadas bajo mi cuerpo. Guardan parte de mi, seguramente una parte amarga de un momento de mi vida, de un duelo tan doloroso que solo quiero dormir y morir. Puta adolescencia, putas hormonas y puto cambio climático. Fuera, en la cocina, mi madre prepara la comida, escucho los cacharros chocar y el humor descontrolado de la olla a presión que terminará como siempre en un escandaloso orgasmo vaporoso. Mi padre llegará en cualquier momento y entrará en mi habitación alardeando de su madrugón y echándome en cara que esté todavía en la cama, -Venga, levanta ya, recoge y airea esta pocilga; no sé cómo puedes vivir así- Si él supiera que estoy matando al niño, que debo hacerlo para avanzar y no es fácil. Estoy en mi crisálida, en el capullo al que entró el niño gusano, donde me consumo de dolor, de angustia por dejar de ser y de miedo por lo incierto sobre lo que debo ser. Matar al niño es difícil, supone dejar atrás los años en que todo se perdona y entrar en la época oscura donde todo se condena, donde todos te ven cómo un peligro, una amenaza, un ser difuso con una identidad en proceso de cambio que no saben gestionar. Meto la cabeza bajo la almohada para tamizar el ruido en la cocina que me incita a levantarme. Me ahogo. Física y mentalmente. Grito. Grito con todas mis fuerzas a través de la almohada; a través de la crisálida de sábanas que me impiden salir al mundo, abrir la ventana, adecentarme; echarme agua fresca en la cara; ir a la cocina; besar a mi madre y ayudarla a poner la mesa; correr por el pasillo cuando llegue mi padre y echarme en sus brazos, que me levante y haga volar y dar vueltas y reír hasta que me duela la barriga. Pero esos tiempos ya no volverán, estoy matando al niño gusano y a cambio solo obtengo una mariposa negra, mustia, triste y desesperada.
Autor: Ignacio Chavarría
Ay ;;;;;;
pues me ha encantado.
Sin palabras me ha dejado.
Es que nosotros no teníamos ASMR!!! Bueno, ni internet siquiera.
si, no había de nada pero había de todo, son solo recuerdos sensoriales de un heavy adolescente 🙂