
Escucho a los perros siguiendo la pista. Hace tiempo que olieron el rastro y no lo van a soltar hasta tener los hocicos cubiertos de sangre. Su ansiedad, el olor de su pelaje mojado, la sensación de los pies hundidos en el barro que dificulta el caminar a través del manglar, el sudor y la humedad que pegan la ropa al cuerpo, y sobre todo, la adrenalina que nos inunda a todos. Todo eso me recuerda a mi padre, siempre con su vieja carabina en una mano y la correa de los perros, tensa y ansiosa, en la otra. Detrás iba yo, avanzando a trompicones, maldiciendo y, a veces, llorando los reproches de mi padre:
—Vamos, nenaza, se nos escapará. No pareces hijo mío.
Siempre los reproches. Yo solo era entonces un perro más, solo que con menos aptitudes para la caza. Si por él fuera, me habría sacrificado hace tiempo, como hizo con tantos animales que no le servían.
Al final, los perros levantaban la presa, las aves volaban alejándose del peligro de los perros y exponiéndose a la carabina de mi padre. No regresábamos a la cabaña hasta que no había saciado su sed de muerte. Mojados y cansados, en la puerta daba un par de presas a los perros y me decía:
—Pelea tu cena con ellos o espera que terminen a ver qué te dejan.
No perdía oportunidad de humillarme, de dejar claro quién era el macho alfa en la casa. Pero crecí, me hice grande y fuerte, y él envejeció y menguó. Cuando lo estrangulé, mis manos parecían las suyas, su cuerpo un pelele y su cuello una rama seca que quebré sin esfuerzo.
Ahora todo se repite: la ansiedad de los perros, los aullidos de la caza, el calor, la ropa mojada, las carreras, el sudor, la sangre alterada en las venas… solo que esta vez, la presa soy yo.

Sobre el autor
Ignacio Chavarria

El que las hace…las paga.
Interesante historia, la moraleja la regalo yo.
Shalom javer
En este caso paga todo el mundo 😉
En pocas líneas trazaste un karma multidimensional, y te cargaste la línea divisoria entre víctima y verdugo. La verdad está en las paradojas, es algo que uno comprueba diariamente en los pequeños detalles…
Jo, mucha profundidad de repente en los relatos tuyos, Nacho. Realmente te admiro porque yo necesitaría muchas, muchísimas palabras para alcanzar hasta ahí.
Un abrazo, me ha encantado.